Nos abandono plácidamente, durmiendo un sueño inducido, respirando como un pajarillo. Tranquila, sin dolor. Se fue sin molestar, como diria ella.
Siempre la recordare como una parte importante de mi infancia. De pequeño, mientras ella recogía la ropa y juguetes que mis hermanos y yo íbamos dejando tirados por aquí y allá, siempre repetía -con cierta sorna - que éramos un desastre manifiesto, supongo que de ahí el titulo del nuevo disco de mi hermano. En estos tristes momentos, no me atrevo a llamarlo para preguntárselo.
Desastre manifiesto. Soniquete que, en mi inmadura madurez, aun resuena en mis oídos.
Lola cuido de mi madre y sus hermanas, mas tarde cuido de mi y mis hermanos y luego paso por la casa de mis primos. Era una más de la familia, se lo había ganado a pulso bregando con tantos infantes revoltosos.
Allá en su casa de Jove (en las afueras de Gijón) pase gratos días de verano, cuando aun podíamos divertirnos con los más simples juguetes: Recuerdo el olor a la hierba recién cortada, tirándonos por aquella ladera en un plástico como si de un trineo se tratase. Recuerdo pasarnos un día entero cortando maleza para crear nuestra base, nuestro refugio secreto, que no era tan secreto. El vino con casera; el olor de la cocina de carbón que se empeñaba en mantener pese a los avances tecnológicos; la exquisita acidez de las fresas que cultivaba en un pequeño huerto a lado de su casa; la sidra dulce que nos encantaba. Las ortigas que masacraban a mi hermano; el lugar donde aprendí a montar en bici lanzándome, inconsciente del peligro, por una cuesta. Sus rebuscadas palabras de arcaico asturiano, que se empeñaba en inculcarnos para que no se olvidaran (gracias a ella aprendí lo que significa trevolgar). La sordera de su hermana y sus constantes discusiones. El pequeño transistor del que siempre iba pendiente y que le mantenía en contacto con el mundo exterior (ella siempre estaba al tanto de todo lo que ocurría: fuera el Sporting, fuera política, fuera economía). Pese a su falta de estudios, su filosofía superaba con creces a la de muchos de mis profesores.
Cabezota (como buena asturiana), podría recordar miles de anécdotas divertidas acerca de ella, de sus comentarios ingeniosos, de su mala leche, de su bondad, de la asombrosa actividad que desplegaba pese a sus 92 años. Pero todo eso lo guardo para mí.
Poco antes de abandonar mi Gijón natal me regalo una brújula diminuta, para que nunca perdiera el rumbo allá donde fuere, una brújula que conservo como oro en paño desde el mismo momento en que me la entrego con tanta ilusión.
A cada visita que desde entonces hice a mi tierra, siempre pase por su casa a saludarla, a oír sus comentarios jocosos sobre mi pelo, a saborear los caramelos con piñones de El Caserío que se empeñaba en comprar, pese a su maltrecha dentadura. A escuchar su sabiduría popular, por que siempre tenía algo que decir.
Hoy he rebuscado en la red en busca de su esquela, pero no la he encontrado. Sera incinerada y sus cenizas esparcidas por aquel pequeño huerto que tan buenas fabes nos dio, y el cual (hasta hace bien poco) se empeño en cuidar.
No puedo seguir por que, pese a mi conocida insensibilidad, ya empiezan a rodar lágrimas por mi cara y me cuesta mucho ver lo que escribo.
Y aunque sigo siendo un desastre manifiesto, se que ya no volveré a perder el norte por que tengo mi brújula.
Adiós, Lola.
Descansa en paz, que bastante trabajaste en esta vida.
Descansa en paz, que bastante trabajaste en esta vida.